-“No más pacientes con IOSEP”: Prestadores abandonan la Obra Social
Santiago del Estero, Argentina – Si alguna vez te preguntaste cómo se siente estar atrapado en un chiste de mal gusto, pregúntale a un afiliado del Instituto de Obra Social del Empleado Provincial (IOSEP). En esta provincia, donde la política mueve más hilos que una marioneta, los empleados públicos están descubriendo que su obra social es mejor para generar titulares que para garantizar salud. Desde mediados de 2024, el IOSEP ha dejado de pagar a sus prestadores de servicios, y ahora kinesiólogos, fonoaudiólogos, odontólogos, educadores especiales, psicólogos, bioquímicos y médicos están sacando comunicados más rápido que político en campaña: «No aceptamos más pacientes con IOSEP». Y adivinen quién paga el pato: los afiliados, claro.
La lista de especialidades que le dicen adiós al IOSEP crece como la inflación argentina con Alberto Fernández. Los kinesiólogos ya no quieren ni ver la tarjeta de la obra social en sus consultorios; los fonoaudiólogos están mudos de tanto esperar pagos; los odontólogos prefieren arrancarse una muela ellos mismos antes que seguir trabajando gratis; y los médicos, bueno, muchos ya habían desertado hace rato. Educadores especiales y psicólogos se suman al éxodo, dejando en claro que el problema no es un atraso pasajero: algunos no cobran desde julio de 2024. «Es una falta de respeto total», dice una psicóloga local, que prefiere mantenerse anónima para no quedar en la lista negra de la burocracia provincial. «Nosotros también tenemos cuentas que pagar, no vivimos de aplausos».

Afiliados pero no libres
Pero el verdadero drama lo viven los afiliados, esos empleados públicos que mes a mes ven cómo una parte de su sueldo se evapora en el IOSEP, solo para descubrir que no hay médico que los atienda. ¿Y cambiarse de obra social? Olvídate. Mientras el presidente Javier Milei proclama desde Buenos Aires que cada argentino debería ser libre de elegir dónde van sus aportes, en Santiago del Estero esa libertad es tan real como un oasis en el desierto. El gobierno provincial, bajo el mando de Gerardo Zamora, ha puesto un candado bien grande: aquí, o te quedas con el IOSEP o te quedas con el IOSEP. No hay plan B. «Es como estar secuestrado por una obra social que no funciona», se queja Ana, una empleada estatal que necesita tratamiento para su hijo. «Pagamos por algo que no nos dan, y encima no podemos escapar».
¿Por qué tanto amor por un sistema que falla más que promesa electoral? Fácil: el IOSEP es una caja política de las buenas. Con miles de afiliados aportando religiosamente, la obra social mueve millones que, misteriosamente, no llegan a los prestadores ni se traducen en atención para los pacientes. «Es un negocio redondo», suelta un bioquímico con sarcasmo. «Alguien se está llenando los bolsillos mientras nosotros contamos monedas para el alquiler». Y mientras el gobierno provincial guarda un silencio que retumba, los afiliados se convierten en rehenes de un juego donde ellos siempre pierden.

El Final del cuento (Por Ahora)
Imaginemos por un momento el eslogan del IOSEP: «Tu salud, nuestra prioridad». Suena bonito, pero en la práctica parece más bien «Tu plata, nuestro tesoro». Es casi admirable la creatividad con la que esta obra social ha convertido la atención médica en una lotería: ¿te atenderán hoy o tendrás que sacar un préstamo para pagar un privado? Los afiliados podrían organizar un club de fans del estrés, con membresía incluida en cada aporte mensual. Y si alguien en el gobierno está escuchando (spoiler: no lo están), tal vez podrían invertir en un curso intensivo de administración. O al menos en una calculadora.
El IOSEP no es solo una obra social en crisis; es un espejo de las prioridades santiagueñas, donde la política pesa más que la salud de la gente. Los prestadores seguirán huyendo, los afiliados seguirán pagando por aire, y la caja seguirá siendo intocable. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Pero una cosa es segura: en Santiago del Estero, la libertad de elegir es un lujo que los empleados públicos no pueden darse. Así que, queridos afiliados, ajusten sus cinturones y preparen sus billeteras: el IOSEP promete seguir siendo la obra social que cura… de risa.